La teoría del derrame por el cual la prosperidad de los ricos produciría la mejoría de los pobres fue una adaptación moderna de Las fábulas de Esopo. Los aeropuertos y los shoppings son no lugares, el equilibrio fiscal proclamado como mandamiento por los liberales es meramente caja cuando lo hace un no liberal, la pobreza conmueve a los que la originaron y todo movimiento social será sinónimo de clientelismo.
El tránsito siempre estará asociado a la palabra caos, De Ángeli a la “mesura” de los funcionales al Poder, el rabino Bergman a la sensatez y el Cardenal Bergoglio a las campañas de Caritas, loables pero nunca calificadas de clientelismo religioso. Campo no es una definición geográfica, sino una inventada categoría política que remite a un escenario donde no hay controversia sino consenso, donde no hay intereses económicos diferentes sino armonía bucólica, donde no hay peones y trabajo infantil sino integrantes felices émulos de la familia Ingalls.
Clientelismo será la forma de descalificar todo plan social, aunque el mismo no caiga en arbitrariedades en que incurren algunos de ellos. Asignar grandes cantidades de dinero entre pocos será considerado un incentivo a la inversión. En cambio, distribuir pequeñas cantidades a muchos, siempre llevará el estigma de clientelismo.
Limpiar el idioma de los atropellos de los falsificadores, desvestirlos de sus imposturas, que la palabra comunique y no obstruya la comprensión, forma parte de la batalla política del lenguaje. Ahí donde se libra un combate más por la liberación. Tal vez uno de los primeros. Necesario, imprescindible para descubrir a los modernos recreadores de la Torre de Babel.
Fuente: www.presmanhugo.blogspot.com
1 comentario:
buenisimo cumpas...
es importante discutir más acerca de la batalla de ideas para poder librarla mejor, para poder ganarla..
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